domingo, 30 de noviembre de 2008

Aldarion





Nombre: Aldarion Hojargéntea
Categoria: Fenris
Edad: 200 años (20 años aparentes)
Nivel: 2 (Muerto)

Silbidos metálicos contra el viento, cortando la densa brisa nocturna de esta noche helada, en un bosque maldito mucho tiempo atrás por alguien que ya nadie recuerda. Rencores olvidados en la corriente del tiempo, futiles y mundanos, pero cuyas consecuencias sigue padeciendo esta tierra marchita.
Silbidos que se suceden sin descanso, continuados, acompañados por los entrecortados jadeos de una respiración a la que le cuesta ya mantener el ritmo. Las manos guían incansables ambas espadas contra las invisibles sombras del páramo, sombras que no pueden ser cortadas, ni vencidas. Sombras que no están ahí. Pero nada impide que las estocadas y abanicos se enfrenten al viento una y otra vez, en su ululante y arítmico canto de soledad. Pies descalzos que pisan hierba mucho atrás muerta, intentando seguir el ritmo de las manos, saltando, cabriolando para esquivar golpes que nadie mas que él mismo ve.

Al final, un traspié contra una raíz podrida, y el mestizo cae de rodillas sobre la blanda y húmeda tierra, dejando caer los brazos a los lados, las armas reposar en el suelo, la argéntea cascada derramada sobre sus hombros y pecho, sobre su rostro, mientras lucha por llenar con algo de oxígeno los pulmones que le arden en el pecho. Y entonces, una vez mas, como tantas otras noches, la siente, malditamente cerca de él, tan próxima y lejana... Nota con total claridad el fino dedo bajando en sutil caricia por su espalda desnuda, culebreando entre las perlas de sudor que llora su piel, deteniéndose a degustar cada relieve de sus cicatrices, resiguiéndolas como tantas veces hizo... Llega entonces la voz, indudablemente femenina, dura y delicada al tiempo, tan fría como odiosamente hechizante:
- ¿Ya no puedes mas, gatito? – Pregunta con fingida desilusión infantil, y aunque no puede verlo, el mohín en los labios carmesí se dibuja en su mente con exactitud fotográfica.

Los ambarinos ojos de Aldarion siguen fijos al frente, clavados al frente con tensa rigidez, la sombra de la demencia pintada en desenfocados trazos oscuros bajo ellos, en unas macabras ojeras de trastornado. No quiere girarse, no puede hacerlo, no está preparado para lo que vería a su espalda. Nunca lo estará. Sabe perfectamente que no está ahí, que no puede estar ahí... Que se fue mucho tiempo atrás, sin dejar mas que una fría despedida, sin explicación, sin motivo... Sabe que se fue, aunque desde entonces le visite todas las noches. Malditos los fantasmas de aquellos que no han muerto, malditos los ojos que ven, y la mente que recuerda.

El tacto en su espalda deja de sentirse, al tiempo que rojas botas aparecen ante él. No alza la vista, hasta que los finos dedos tiran de su mentón hacia arriba, sin fuerza ni lentitud, dejándole que la contemple gradualmente, extenuado como está, pero no por el ejercicio. Una mujer alta, de porte indudablemente atlético, fino y exuberante en curvas, como sus ajustadas ropas y su escueto chaleco dejan ver. Una larguísima y abundante melena de un vivo rojo cae hasta mas allá de sus caderas, cubriendo con natural y desordenada gracia la frente y cuello de la mujer, apartándose en lo alto de la cabeza para dejar nacer dos cortas astas, que lejos de resultar desagradables, no hacen mas que acentúar ese aura de atrayente peligro que la envuelve. Labios carnosos, curvados en esa media sonrisa amarga suya, ese gesto que nunca llegó a perder. La nariz fina, las cejas levemente fruncidas en su eterno gesto de desafío, y esos intensos y agudos ojos verdes, de fuego y de hielo a la vez, tan fríos como ardientes.

Le obliga a mantener la mirada fija en ella por unos momentos que no quieren pasar, que no distingue entre segundos entre días, y al fin, lentamente, sin soltarle, se agacha hundiendo una rodilla en el suelo con agilidad y elegancia, poniéndose a su altura.
- No es así como luchan los guerreros. No es así como me enseñaste a hacerlo... Te vuelves débil, Aldarion... – Añade en un quedo susurro, sin alzar la voz más de lo necesario para ser apenas escuchada, mientras acerca con deliberada lentitud los labios a los suyos, sin perder por un instante ese frío brillo en los ojos.

Y como siempre, justo en el mismo instante en que el abatido mestizo se abandona a su propia locura, en el mismo momento en que cierra los ojos, dispuesto a entregarse a ese beso que sabe fruto de la demencia, la imagen de Sulya desaparece, su cálida respiración se esfuma, y el cosquilleo de su tacto en la barbilla se deja de sentir lentamente, abandonándole una vez mas, otra noche mas, de tantas, a su amargo devenir.
El pulso se le dispara con violencia, inundando las venas de un torrente de adrenalina que hace crujir audiblemente la musculatura al sobretensarse a su paso. Los labios se arrugan, mostrando los pronunciados colmillos, el cabello se encrespa, las felinas orejas se echan atrás. Pero de alguna forma, lo contiene. Consigue sosegarse de un modo superficial que él mismo no alcanza a comprender, que no se molesta en intentar entender.
- Guárdalo para cuando lo necesites... – Cree escuchar en un lejano eco en su mente, seguido por una baja y cristalina risa...

Se alza lentamente, devolviendo las vainas a sus hojas sin un movimiento de mas, sin un solo gesto, sin emoción alguna en sus inexpresivos ojos de animal perdido, sin escuchar el torbellino de emociones que arde frío en su pecho, y que sabe que siempre estará ya ahí. Vuelve a la hoguera con paso lento, tranquilo en apariencia, mientras alza la vista a la Luna, que brilla llena en el firmamento, presidiendo el oscuro manto en su lento paseo de exhibición, seguida como siempre por sus Lágrimas. El momento se acerca, hay que ponerse en movimiento.

Se agacha frente a la hoguera, recogiendo su negro peto de cuero, y lo sacude antes de ponérselo, antes de cubrir el millar de cicatrices que el mapa de su piel resulta, culebreando al son del juego de luces y sombras que las llamas lanzan sobre el tenso e irregular tapiz. Revisa una vez mas cada puñal, cada estaca, cada vial de agua bendita... Y finalmente se pone en pie. Deja junto al fuego el resto de sus cosas, todo acabará esta noche, no las necesitará ya.

Un salto imposible que le manda a las ramas bajas de un árbol, en las que se balancea con una pirueta para propulsarse a otra, y de ahí saltar a la siguiente, y a otra... No hay tiempo para pasear, ni templanza para ello. Apenas se ha movido la Luna en el cielo cuando consigue llegar a la puerta de fría roca en la pared del territorio mercenario del norte. A su espalda, los humanos yacen muertos, desparramados por el suelo en derredor, sepultados tras la violenta lluvia de tajos que se les vino encima un suspiro atrás. Algunos agonizan aún, gimiendo con su último aliento, buscando irracionalmente una salvación que no tardará en llegar, aunque no como esperan. Aldarion cierra los ojos y musita las palabras arcanas que han de hacer separarse la roca. No las entiende, nunca lo hizo, pero no hace falta ser un genio para recordar una contraseña.

Tantos años tras ellas, tantos años de caza tras esos malditos chupasangres, y al fin aquí está. Ni siquiera quiere recordar la mitad de las cosas por las que ha tenido que pasar, la mitad de las torturas y vejaciones sufridas, la mitad de las cosas que esas zorras le han quitado... Pero ya nada importa, está aquí. No importan las vidas perdidas por el camino, entre ellas la suya propia. No importan los presuntos inocentes que ha tenido que matar... No importa que Sulya se fuera... Se fue por su culpa, seguro... Pero no importa ya... El ritual debe haber empezado ya, y aunque cree haber acabado en el último año con la mayoría de la cripta, sabe que habrán conseguido hacerse con algunos guardias. No hay problema, los recién convertidos siempre son débiles.

Se adentra en los pasillos oscuros, dejando que sus ojos de gato se acostumbren a la penumbra, brillando pulsantes, ambarinos, en la incontenible ira que ya ha empezado a ser liberada... Su fino oído no tarda en captar los ensalmos, y la dirección de la que vienen, sin dejarse engañar por los ecos de la muerta roca. Las antorchas del corredor oscilan de forma apenas perceptible, se escuchan débiles pasos. Saben que está aquí. Los dos hombres no tardan en aparecer corriendo inhumanamente rápido por el mismo, pálidos como la muerte, de negro como la oscuridad que los anima, enarbolando sus armas entre salvajes siseos. Débiles e inexpertos, cinco segundos después sus cuerpos adornan el suelo, sin cabeza y con una estaca en el corazón. Aldarion no se permite un solo gesto de ira, un solo bufido de victoria... El júbilo por tan insignificante victoria no es mas que una pequeña piedra rodando pendiente abajo por la ladera de la montaña de rencor y odio que es su interior.

No hay mas guardias, ni siquiera no muertos menores. Tenian demasiada prisa por terminar el ritual a tiempo, pensaban que no podría encontrarlas, que el último que cazó no las traicionaría antes de morir... Por suerte, esas malditas sanguijuelas se abalanzan entre ellas con tanta avidez como sobre los demás, así que el desgraciado cantó, dijo todo lo que sabía antes de que la estaca atravesara el corazón que nunca debió de volver a latir. Los corazones deberían pararse una única vez... Aunque algunos siguen moviéndose después de muertos... Como él mismo. En el fondo sabe por qué los caza de verdad. Por encima del rencor, aún por encima de la venganza, está esa aborrecible sensación que nunca reconocerá; son iguales que él. Asquerosamente iguales. Por eso los matará, a todos.

La puerta revienta en astillas bajo la fuerza de la patada, desperdigando sus restos por toda la estancia, por entre los pies de las hechiceras envueltas en túnicas que cantan su letanía en círculo. Y en el centro del círculo, Ella. Tersa piel blanca y sin mácula como el más perfecto de los marfiles, oscura cascada de negrísimos cabellos que podrían apagar la luz del mismísimo Sol, y esa figura, ese rostro, demasiado perfectos para ser reales. Cada línea de su rostro exulta esa magnífica soberbia, cada curva de su cuerpo tienta al mas recto de los sacerdotes... Cada gramo de su maldito ser, que pronto desaparecerá... Y por encima de todo, esa sensación prácticamente física, tangible, de poder sin igual, de seguridad sin par... Ireth, la Gran Hechicera Oscura de la cripta, miembro del Consejo de Antiguos. Se mantiene en el centro del círculo, cargando con el peso del hechizo casi al completo. Las vaporosas sedas que apenas cubren su cuerpo se agitan con frenética violencia en todas direcciones a la vez, el poder fluye por ella manteniéndola rígida a medio metro del suelo, en vertical, brillando en tinieblas.

No habrá otra oportunidad como está. No es rival para ella, y probablemente no lo será nunca. No se puede ser rival de un monstruo así, de un portento de tamaño calibre. Pero no puede defenderse, ahora no, y pasarán siglos antes de que consiga otra oportunidad siquiera parecida... No, eso no ocurrirá nunca, de hecho, ha tenido mucha suerte de poder haber encontrado y acabado con los demás justo antes de esto, y cada uno de ellos estuvo muy cerca de matarle. A su lado, no son mas que hormigas. Silfried, la guardiana personal de la hechicera, se adelanta alzando su mandoble hacia él, con un rugido que resuena a través de su yelmo de metal. Y de nuevo, ese cálido y escalofriante eco en su cabeza, esa voz que nunca le abandonará:
- A por ellos, gatito...

El cuero cruje bajo la presión de unos músculos que se hinchan y contraen muy encima de sus límites, las garras de sus manos crecen y se acentúan, disparadas, el ronco rugido feral hace vibrar cada columnata de la estancia, y la blanca piel se torna de un negro tan puro como el de la misma noche que a todos domina. Salta por encima de la guardiana, despedido en un proyectil mas rápido que la vista, fijo en su suicida objetivo, incapaz de ver nada mas. Empuja a una de las acólitas, que cae casi partida en dos al otro lado de la sala tras golpear contra la pared. Hay poca diferencia entre empujar y cortar cuando se trata de espadas. Se encoge acumulando tensión, al tiempo que la última línea del hechizo es cantada, y todo el poder se acumula en el leviatán que dirige la ceremonia. Siente el agudísimo dolor cuando la Guardiana traza una larga línea roja en su espalda con el mandoble. La sangre sale despedida en todas direcciones, algunas lentas gotas pasan volando por encima de su hombro oscuras, perfectamente redondas, desenfocando todo lo demás, haciéndole venirse abajo, antes de ir a bañar los labios de la mujer que flota a escasos tres metros de él.

El calor se desparrama desde dentro como una burbuja recién reventada, inundándolo de ese abrumador ardor que finalmente se ha liberado del todo, llevándose todas las demás sensaciones, que se presentan absurdamente débiles ante la febril marea que tanto tiempo llevaba contenida. El dolor desaparece, la sangre escapa en ríos que bajan por su piel, lamiendo el negro terciopelo que nace entre el crujir de huesos que se deforman, para ir a besar el siempre amante suelo. Y la aberración nacida como Aldarion salta hacia su objetivo, despedido con una fuerza que no es de este mundo. Una explosión de luz ilumina el lugar cuando las armas chocan contra la magia en bruto que rodea a la que un día fuera una bella mujer, todo parece temblar en el choque de fuerzas descomunal, que parece querer mandar al traste la realidad entera. Pero no hay rendición posible, no hay debilidad, ni cansancio... Todo tiene que acabar aquí. Las armas estallan en pedazos, desintegrándose, fundiéndose ante la mágica y antinatural tensión. Pero por un corto instante, por una fracción de segundo, una brecha se abre en la capa de poder... y una negra garra atraviesa el blanco y perfecto pecho de la Hechicera.

Luz. Ni un sonido, ni un temblor. Sólo luz, y la sensación de estar siendo desmembrado lentamente, y volviendo a ser recompuesto. Una y mil veces, desgarro y soledad. Sólo luz, y después, la oscuridad.

Cuando abre los ojos, cree estar muerto. Pero no hay sangre a su alrededor, no hay heridas. Intenta levantarse, no puede. Terriblemente débil. No sabe cuanto tiempo ha pasado, pero ni siquiera el infierno puede oler tan espantosamente mal... Basura por todos sitios, escombros... Y un cielo de metal.

7 comentarios:

Fox dijo...

historia megacurrada xD

Mandoni dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alda dijo...

En breve postearé por qué y como acaba en Midgar >_<

Alda dijo...

Ea, listo :P

Martín Bañolas dijo...

Joder tio, Aldarion Caminante de Planos...

Fox dijo...

No todas las historias pueden ser completadas

Fox dijo...

No todas las historias pueden ser completadas